Empiezo el apartado Testimonios, con una entrevista relatada de J.I. Foces a Manuel Leguineche para El Norte de Castilla. Testimonio de los orígenes de Francisco Umbral, y amigo a lo largo de su vida:
«Éramos
felices». Un timbre especial aparece en la voz de Manuel Leguineche
cuando recuerda los años de la década de los 60 en los que
compartió vocación y mesa con Francisco Umbral en la redacción
vallisoletana de EL NORTE DE CASTILLA, en los que empezó a fraguar
una amistad que el paso del tiempo mantuvo firme, estrecha, llena de
un cariño correspondido.
Desde su casa-refugio de Brihuega (Guadalajara), Manuel Leguineche se declaraba ayer ignorante. Él, que es una enciclopedia periodística andante, que ha dado la vuelta al mundo en incontables ocasiones ejerciendo el trabajo por y para el que ha vivido, ayer admitía que no sabe si sabrá «vivir sin Paco. ¡Nos ha acompañado tanto a diario!»
Desde su casa-refugio de Brihuega (Guadalajara), Manuel Leguineche se declaraba ayer ignorante. Él, que es una enciclopedia periodística andante, que ha dado la vuelta al mundo en incontables ocasiones ejerciendo el trabajo por y para el que ha vivido, ayer admitía que no sabe si sabrá «vivir sin Paco. ¡Nos ha acompañado tanto a diario!»
Manu
Leguineche coincidió una época decisiva de su vida con Francisco
Umbral en EL NORTE DE CASTILLA. «Mira que eran tiempos difíciles en
todos los sentidos... Pues aún así, éramos felices con lo que
hacíamos en EL NORTE», recordaba ayer. «Fuimos una generación, no
sé si irrepetible, pero ahí están sus trabajos –rememora Manu
minutos después de conocer el fallecimiento de Umbral–. Paco, el
padre Martín Descalzo, Javier Pérez Pellón, el gran Jiménez
Lozano, Miguel Ángel Pastor,... Y yo, modestamente yo. Modestamente
porque yo empezaba entonces en este oficio del periodismo. Paco,
Paco... Todos bajo la batuta de Miguel Delibes. Esa generación que
Delibes ha citado siempre como la suya».
Ahí,
en esa redacción de EL NORTE, bajo la dirección de Miguel Delibes,
encuentra Leguineche el nexo de unión que le ha mantenido siempre
junto a Umbral, entre otros. «Paco y yo fuimos compañeros en esa
generación tan especial que Miguel, con su generosidad, hizo
circular con esa etiqueta de ‘los que trabajaron conmigo en EL
NORTE DE CASTILLA’. Todos nos reconocíamos en el liderazgo de
Miguel. Y Paco, y yo y otros muchos, pero ahora toca recordar a Paco,
fuimos de los que trabajamos con Delibes en EL NORTE».
«¡
Qué facilidad tenía...!»
En
los recuerdos de Leguineche, la nostalgia deja inmediatamente paso a
la fascinación por Umbral. «Yo admiraba mucho a Paco, porque yo no
escribo bien. Eso de escribir bien me parecía difícil porque Paco
lo hacía de bien... ¡Qué facilidad tenía para escribir!», relata
con entusiasmo Manu. «Es que no se lo puede imaginar la gente. Ponía
su máquina allí en la redacción y ¡además le salían temas! Los
demás parecíamos extreñidos a su lado. Paco tenía una riqueza de
todo, una capacidad y una gracia en la escritura que ya la hemos
disfrutado en este maestro del lenguaje que ha sido. Es lo que ha
pasado, que perdemos un maestro, un referente».
Y
para Leguineche, esa pérdida es total, sin medias tintas, porque «no
puede haber umbralismo sin Umbral». Con lo cual, ¿sabrá vivir sin
Umbral?: «Hay que saber vivir sin determinada gente. Ya nos
refugiaremos en algo, ya nos defenderemos de esta ausencia con algo»,
afirma tratando de inocularse el virus del optimismo en un momento en
el que la muerte de Umbral le deja «con un vacío».
En
ese intento de autoanimarse, Manu cree encontrar el refugio para la
ausencia. «El ejemplo del propio Paco». Y regresa al pasado, a los
recuerdos. «Umbral era un rupturista, un poco ‘épater le
bourgeois’ (dejar pasmado al burgués). Eso en los periódicos de
interior de hace más de cincuenta años restrallaba, pero es que
había que abrir cauces. Y esa irrupción de Paco en el columnismo
nacional, con esa visión a veces cómica, a veces agria,
modestamente, sin que haya que darle más importancia que la que
tiene, socavó un poco las columnas del Régimen franquista». Y
siguió «con su estilo, acompañando día a día a tantísimos
lectores como tenía. Diseccionaba la vida diaria –asegura
Leguineche–, le daba nuevos nombres, les daba la vuelta a todos y
tocaba los puntos calientes. Quien en un momento determinado no
supiese por dónde iba la vida española tenía un aviso para
navegantes: ‘A ver qué dice Paco’. Hasta sus enemigos le leían
por necesidad».
Y
en un último gesto de defensa del amigo, Leguineche no duda en
afirmar que tras la «fachada un poco hostil, un tanto áspera que
tenía, él con la gente que le queríamos era atento, tierno y majo.
Quiso vivir como un maldito y no era tal».
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