Se podría decir que el Giocondo es una fácil novela que cuenta la virginidad sostenida de un homosexual, hasta que en la penúltima página le desfloran, y en la última va y lo matan. Si no fuera porque es una novela de la exhuberancia del idioma y un tratado de psicología condensado.
Las gentes, pueden pensar si fue o no un acto intencionado para buscar el escándalo, tal como un Dalí que al llegar a Nueva York rompe a bastonazos un escaparate distinguido y sale en portada al día siguiente. No es tan vulgar ni arrojadizo el paquete umbraliano. Es atrevido, y tiene de oportunista lo que la palabra ocasional significa. Toda obra es oportunista y tira de una oportunidad, toda intenta aprovechar una ocasión. Creo que Umbral podía haber hablado sin más de cualquier colectivo que se hubiese propuesto, con la misma hondura y revelación. Escoge el continente no descubierto de la homosexualidad, supongo porque lo tenía visible y porque una juventud literaria necesita de revoluciones, de cierto ruido, volumen. En la actualidad, el desfase de los protagonistas de la novela y sus condiciones sexuales, no serían ningún escándalo, aunque siguen siendo rutinas minoritarias. En el 69 eso era un libro atómico. Y lanzarlo requería bemoles, favores y rezos.
La temática, el ambiente, es lo peor del libro. Por minoritario, por lo poco empático que supone, porque todo es decadente, degenerado. El libro trata de una fealdad desbrozada, entre terciopelos británicos y chivas con hielo arribistas, de un pelotón de personajes sórdidos y dudosos. La noche como espalda monstruosa del día, donde se puede despistar toda la angustia del mundo.
Y Gío, el Giocondo, el homenajeado del día, el prota. En muchos pasajes del libro se le adivina mudo, de ahí tal vez su apelativo de estatua pictórica que mira, está, pero no participa. Umbral no lo destripa en ninguna descripción, como al resto de personajes tan introducidos y adjetivados de primeras, como si el Giocondo fuera más vehículo, el que mira y no es mirado, aunque es un prota que pierde eje principal a medida que se desenlaza el libro. No se le conoce profesión, gran misterio. En toda obra umbraliana, ficción en este caso, cabe la observación de que el protagonista tiene parentesco con Francisco Umbral. Algunos sospecharán una notable superposición con el personaje, otros sólo verán guiños incidentales entre ambos. Está claro que el Giocondo no es Umbral, pero como "hijo" suyo, como yo novelesco del autor, tiene rasgos umbralianos. Es plausible sostener que tiene ademán literario, que es promesa de algo, que frecuenta lugares comunes, y obviamente es placentario de Umbral, toda la atmósfera psicológica y las tesis postuladas que dan contenido a la novela, son aseveraciones de Francisco Umbral, por lo que los personajes parecen estar dotados de una viveza y conspicuidad umbralianas, porque el autor nos muestra sus partes más lúcidas, dentro de toda su decadencia.
Del resto de personajes, sabida la polémica, dejamos el libro cuando aparece uno nuevo y se googlea a ver si hay suerte y la red revela la identidad. Que si Ramiro Raúl del Pozo, que si Bruto Francisco Rabal, que si el Bisoño Carlos Bousoño, María Asquerino, etc... Estaría bien que algun coétaneo de Umbral dejase por escrito en la red la traducción completa de todo el reparto.
El inicio de la novela coincide con otros libros de Umbral en ser parte floja del todo. Se nos presentan dos personajes antipáticos y secundarios [Carlo y la Lunfarda] un poco a molestar. La historia es lanzada, movida, y se va definiendo, el libro gana en calidad y consistencia con el pasar de las páginas. Ya digo que la temática, oportunista o no, lastra el interés de la novela. Es un viaje a lo estrambótico, lo trasnochado, ojerizo, todo en una atmósfera insólita de club de intercambio. A hábitos que cualquiera no adopta ni se limina de ellos porqué sí, de participación remota. Como tampoco uno abraza lo decadente por costumbre. El viaje novelado no cuenta con la empatía del común de los mortales.
A pesar de ello, la obra está atravesada por la inteligencia de cabo a rabo. Tenemos en este entramado ficcionado, al Umbral más psicológico. En sus ensayos, como Ramón y las vanguardias, su Lorca, Las Palabras de la Tribu, aparece el Umbral de corte filosófico, de cosmovisión, la mirada críptica y sabia que alude a la verdad explícitamente. Porque, tal como pronuncia el Giocondo: "siempre resulta literario decir la verdad". Pero en la novela Umbral la dice entallada en sus personajes, se sirve de ellos para interpretarlos y posarla en sus gesticulaciones, sus ademanes, las miradas y las entonaciones, de una forma más sutil y psicológica, pero igualmente sentenciadora. Allí, en la pobreza de estas gentes, en sus vicios y purgas en el infierno, la novela se nos muestra trascendental, es la moraleja estética. La obra está preñada de talento retiniano, de una suma exhuberante de matices en cada glosa de las acciones y quietudes de los personajes. La descripción del estado alterado de conciencia a causa de un chute de morfina es antológica.
Se da lo "extrospectivo". Es la novela desde un introvertido, alguien que practica masivamente la introspección, y que al contemplar a los demás recoge el eco trascendente, psicológico, biográfico, de sus actos exteriores concretos. Deduce la introspección que ni sus personajes realizan para sí. Es un texto muy explicativo.
Otra cuestión es preguntarse hasta qué punto lo narrado ha sido vivido, o ha sido ficcionado. Hay descripciones demasiado detallistas, matizadas con una viveza y frescura que casi huele, para qué Umbral haya tirado de ficción y logre con artificialidad contar lo mismo. Es decir, que debió tratar y observar lo suficiente a esos personajes, para recrearlos o reproducir directamente escenas similares vividas con ellos. No sabemos tampoco hasta qué punto se expuso Francisco Umbral al cortejo homosexual, una constante en un Gío codiciado por todos los sexos y edades, pero una obra así es proactiva en normalizar la condición homosexual en la sociedad, pues nos da una fenomenología de ella, ya lo normaliza al abarcarla exhaustivamente, y en esa época retrógada sólo lo podía hacer una mente abierta por los cuatro costados. Poco se ha hablado del Umbral libertario.
Y los protagonistas corretean la noche que es recorrer el ámbito de su propia locura. Son gente, ya algo granada, que se obcecan en empalmar, en cerrar todos los bares, ocio infinito hasta que les echen la persiana, gente de afters hace cuarenta años, los abuelos pioneros de los afters en el franquismo. El autor intercala pasajes de episodios previos de algún personaje, pero quiere cerrar la juerga-desvarío con ellos. Del sobeteo, borrachera, vicio, acudimos por medio de esos pasajes al amor, al sentido, a lo constructivo. Sin embargo, esta es la historia de una pérdida de virginidad y una decadencia. El amor-admiración pasa marginal. El giocondo prosigue una vida arrastrado, siendo cónyuge postizo de una cincuentona morfínica. Su acicate es ver a quién entrega su flor, perdido, con la esperanza que coincida con un argumento de amor, o no. Al final se lo hace con el criado de la marquesa, justo después de abortar con ella su pérdida de virginidad, de cama en cama, y ésta lo mata de un candelabrazo. Hay una agonía pertinaz en la novela que nos la hace poco simpática.
Blablablá.
Sí que es cierto que se echa a faltar un núcleo trepidante o tensional en la obra, el vértigo invisible de un argumento de fondo, que se vaya haciendo presente. Como lectores hacemos bastante de acompañantes, de comparsa, del grupo errante de farra. La búsqueda del desflore es algo muy adolescente, anecdótico. El giocondo es asesinado a las tantas, entre alcohol, morfina e insomnio semanal, y en la novela su nivel de arrastre y desgracia es tratado benignamente, sin anticipar lo funesto. Tal vez falte una tesis del grupo de farra en cuestión, su significado social e histórico. O bien ahondar más en el descalabre previo del giocondo. Sólo para dotar de trascendencia a los sucedidos de la novela. Sí que aparece el significado social, en la conversación beoda entre Paulo y Rubén, lúcida y sucia hablando de "ellos" y la revolución. Allí se le empieza a girar el forro a la noche, a la historia, pero se siguen otros derroteros.
Como conclusión, nos quedamos con la noción de novela exhuberante, y con que podemos encontrar en El Giocondo al Umbral más psicológico. A la trama le falta argamasa tensional, pero compensa la factura umbraliana tan presente en cada página. Nos gana por acumulación más que por síntesis, a base de la suma constante de matices y lucidez.